dijous, 7 de juny del 2018


Mn. Camil Geis escrigué a la REVISTA ILUSTRADA JORBA[1]

Joaquín Codina — en el pueblo, el señor Quimet Vinyes, nombre de la paterna casa de campo donde vivía — era un gran botánico, un apasionado micólogo, un excelente médico, un apóstol de su profesión, un varón justo, orgullo de la virtud de la humildad, un hombre... Si Diógenes hubiese vuelto, en nuestros días, sin encontrar todavía el hombre que buscaba con su linterna, y hubiese llamado al manso de Can Vinyes de la Sellera, habría podido apagar allí la linterna y dar su tarea por terminada. Tan rectilíneo se mostraba que parecía un excéntrico: Acostumbrado a la introspección meticulosa y a contemplar la línea recta de su conciencia, su mirada exterior chocaba con la sinuosidad tortuosa del vivir actual. Era un sabio y un santo. Hablemos, primero, del sabio. Años incontables de trabajo abnegado y paciente, durante los cuales llegó a recoger y clasificar un valioso herbario que es hoy la envidia de todos los botánicos que lo conocen. Sostenía correspondencia, en latín, con los mejores botánicos del mundo, y para hacerse más asequible a los mismos, a pesar de su vejez, se enfrascaba en los estudios de inglés y alemán con un entusiasmo juvenil. Era colaborador del Diccionari Cátala de Medicina, publicado por el Dr. Corachan.
En 1929 — por aquel entonces dejamos La Sellera, donde habíamos ejercido durante dos años los cargos de organista parroquial y de profesor municipal de música — publicó un librito titulado Bolets bons i bolets que maten, cuya gestación habíamos conocido de cerca.
El autor, con esos versos, una finalidad didáctica y de vulgarización científica: dar a conocer los hongos comestibles y los dañosos en forma aforística. Después de la simplicidad graciosa y atávica de estos versos, que saben a gusto añejo y a floridura de ventall, siguen unas aclaraciones científicas. De un paso al otro, unos instantes de perplejidad: ingenuo humorismo con ornamentos anacrónicos, por una parte, y seriedad científica por la otra; en ambas, no obstante, idéntica finalidad.
El autor no firmó dicho librito, a pesar de mis reiterados ruegos: en primer lugar, porque era muy humilde, y después, porque le ayudé a escribir los rodolins o pareados, y su conciencia le decía que era un caso de colaboración. En realidad, era él quien escribía los versos: yo solamente se los repasaba. Por cierto que los pensaba y escribía con un amor y entusiasmo tan infantiles que maravillaba. Llegaba a mi casa con ojos brillantes de alegría: — Ja tinc un altre rodolí!— Y tened en cuenta que, a veces, para mostrarme su nuevo hallazgo, hacía el cuarto de hora de camino que mediaba de Can Vinyes a mi casa.
CAMILO GEIS, Pbro.



[1] Año XXVII Manresa. — SEPTIEMBRE DE 1935 NÚM. 312. Redacción y Administración: Borne, 36 - Manresa Suscripción: 6 ptas. el año (gratis a los clientes).



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada